
Bolivia se prepara para unas elecciones generales marcadas por la incertidumbre, la fragmentación política y una fuerte polarización. El próximo 17 de agosto, los bolivianos acudirán a las urnas para elegir Presidente, Vicepresidente, 130 diputados y 30 senadores, en un proceso que podría extenderse hasta una segunda vuelta en octubre, ante un escenario sin mayoría clara.
El Tribunal Supremo Electoral ha habilitado 10 candidaturas presidenciales, dejando fuera al Partido de Acción Nacional Boliviano, cuyo líder y expresidente Evo Morales fue oficialmente inhabilitado para postularse. La decisión ha generado fuertes reacciones en un contexto político ya de por sí tenso.

Un partido gobernante dividido
El Movimiento al Socialismo (MAS-IPSP), que ha gobernado Bolivia desde enero de 2006, atraviesa uno de sus momentos más complejos. Tras los años de liderazgo de Evo Morales, y desde 2020 con la presidencia de Luis Arce, el partido vive hoy una división interna entre ambos líderes históricos.
A esta fractura se suma Andrónico Rodríguez, presidente del Senado y figura emergente del MAS, quien ha optado por marcar distancia tanto de Arce como de Morales, alimentando la incertidumbre sobre el rumbo del partido. El exvicepresidente Álvaro García Linera calificó el actual momento del MAS como un “declive sin gloria”, advirtiendo sobre el riesgo de que las divisiones internas terminen por debilitar el proceso de cambio iniciado hace casi dos décadas.

Dos bloques enfrentados
Las encuestas, algunas promovidas por el empresario Marcelo Claure, muestran un país dividido en dos grandes bloques. Por un lado, el sector conservador, compuesto por figuras de oposición como Samuel Doria Medina, Jorge Quiroga, Chi Hyun Chung y Manfred Reyes Villa. Por el otro, los sectores que rodean al actual gobierno del MAS, aunque debilitados por la fragmentación y exclusión de algunas de sus figuras clave.
La inhabilitación de Evo Morales y Andrónico Rodríguez, dos referentes del ala izquierda, junto al enfrentamiento abierto con Luis Arce, amenaza con dejar al oficialismo en una posición frágil, que podría traducirse en una pérdida de poder y de las conquistas sociales alcanzadas en los últimos años.

Un llamado a la unidad
En este contexto, crece la preocupación ciudadana por el rumbo del país. La polarización política y la falta de consensos amenazan con profundizar la crisis democrática y socavar la gobernabilidad. Diversas voces dentro y fuera del espectro político coinciden en que la clase política boliviana necesita encontrar caminos de unidad, diálogo y responsabilidad frente a las verdaderas necesidades del pueblo.
Las elecciones de agosto no solo decidirán quién gobernará Bolivia en los próximos años, sino también qué tipo de democracia y proyecto social se quiere construir. Un reto que, más allá de los nombres y los partidos, exige madurez política y visión de país.